No conocía Galicia. El Agua del Miño, del Eume, del Tambre, del Ulla. El agua fecunda de las rías, la que abraza las islas Cíes, y las de Oms y Arosa; la del Atlántico, que se adentra en las rías; la del Cantábrico, que orada los roques de Las Catedrales. El agua de la laguna de Castiñeiras, la de las fuentes termales de Orense, la que fluye por los cañones del Sil, la que nos advirtió en Vigo y nos empapó en Santiago. Agua en abundancia, agua por todos lados. Agua del mar y de la tierra. Agua del cielo. Para un canario, tanta agua asombra. No me refiero, claro está, al agua del Atlántico que nos rodea, sino al agua dulce con la que regamos nuestros cultivos, nos aseamos y bebemos. Es... como una gigantesca galería de Vergara. Galicia, para mí, es agua. Agua y una historia milenaria.
Nuestra historia, la de Canarias, comienza en el siglo XV. La de Galicia se remonta a unos cien años antes de Cristo. Y se nota. Testigos de ello son los petroglifos y ruina de castros celtas, los faros y atalayas romanas, las iglesias, palacios y fortalezas medievales, preexistentes todos ellos a la etapa histórica de nuestras Islas. Luego, ya en esta etapa, canarios y gallegos hemos compartido algunas cosas: lugar de paso y retorno en el descubrimiento de América, puente con las Américas, vocablos gallego-portugueses en nuestro habla, y, más recientemente, lo de "hacer las Américas", el minifundismo en la propiedad rural, los sueldos medios más bajos de toda España, y, como no, el gigantesco abismo social que sigue abriéndose entre las clases más modestas y las privilegiadas.
En fin, dos tierras distintas, con muchos problemas comunes.