¿Compromisos para no cumplir?

lunes, 16 de julio de 2012

No quiero pertenecer a la "serena y responsable mayoría silenciosa"


Aunque hayan pasado cuatro meses desde que realicé la última entrada a este blog, la Ministra de Trabajo, Fátima Bañez, no podrá contarme entre los serenos y responsables miembros de su mayoría silenciosa.


Han pasado casi cuatro meses desde que mi última entrada en el blog vio la luz. Cuatro meses en que hemos visto de todo, cosas buenas, cosas malas y cosas peores. Se habló de que el traspaso de poderes había sido modélico; el parto del nuevo gobierno, se puso como ejemplo de discreción y de respeto a los poderes que tenían que refrendarlo; las declaraciones del gobierno entrante de que no tomarían la herencia recibida como pretexto para incumplir con sus compromisos, se convertía en un ejemplo de juego limpio; cuando se descubrió que el déficit real era un 33,33% mayor que el previsto por el anterior gobierno, optaron por subir el IRPF por tramos según ingresos, mucho más justo que una subida del IVA, en la que esto es prácticamente imposible. La cosa no iba mal, la prima de riesgo llegó a bajar de los 300 puntos y las emisiones de deuda comenzaron a pagarse a un menor interés.
Pero la reforma laboral puesta en marcha por nuestro gobierno, tan aplaudida en nuestra vieja y querida Europa, parece haber optado por el seguimiento de una línea económica que - dejando a un lado la mejora de nuestra costosa dependencia energética,  de  la organización, eficacia y gestión interna de nuestras empresas, de la formación e información que poseen nuestros empresarios, del compromiso y participación de su personal en la fijación y consecución de objetivos, de su capacidad para competir en tecnología, innovación y calidad de producción  con otros países y de su implantación en los mercados con productos de un significativo valor añadido (de su rentabilidad económica y social, en suma) - asimila la productividad, a producir más con menos mano de obra, la competitividad, a producir más barato que la competencia, y el beneficio empresarial, a la exigencia de disponer de una mano de obra de bajo coste.  No es extraño que el  elemento nuclear de la reforma laboral en marcha se centre en torno a la disminución de los costes laborales, el aumento de la jornada y la reducción del trabajador a la condición de simple herramienta - sin averías y bien engrasada - al servicio de una producción barata. 
Sin embargo, una economía basada en una mano de obra barata no puede esperar que el consumo interno se convierta en el motor de la misma. Menos aún, cuando la gran masa de posibles consumidores , los trabajadores, parados y pensionistas, somos víctimas de esa orientación económica y normativa de un gobierno que nos cosifica,  que enajena nuestro futuro y el de los nuestros en manos de terceros - empresarios buenos,  malos, torpes,  listos, con conciencia o sin ella - otorgándoles la decisión primera, sobre la procedencia o no de mantener tu derecho al trabajo: si tu conducta, tu actitud, tu simpatía, tu formación, tu lugar de residencia, tu salud, tus cargas familiares, etc. te dan el derecho o no a ganar o no para mantener, vestir y educar a los tuyos. La suspensión procedente de este derecho, sin tutela de la jurisdicción laboral, no crea confianza, y, con menos confianza y menos dinero, no hay consumo.

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