¿Compromisos para no cumplir?

miércoles, 14 de julio de 2010

A. de V V. Cañaveral - Madeira 2010


A las 16 horas del día 9 de julio, el Volcán de Tijarafe partía, desde el puerto de Santa Cruz de Tenerife, con destino a Funchal. Nos esperaban cinco días de trajín y disfrute, tanto en la travesía, como en las diferentes excursiones y visitas que hicimos por la isla de Madeira. ¡Qué isla!

Una capa de verdor lo cubre todo: laderas de montañas y barrancos, el suelo de las mesetas centrales y de los pequeños valles, las terrazas de cultivo - construidas en los lugares más inverosímiles - y los jardines de las casitas. Hasta en las paredes de los acantilados costeros surge con frecuencia el verde de la vegetación.

¡Y las flores! Porque es el verde el color predominante en la Isla, pero
salpicado, eso sí, por el rojo de los tejados y por el variado colorido de los agapantos, las hortensias, trompetas de ángel, dalias, clavellinas, magnolias, strelitzias, magarzas, próteas, y muchas otras flores, que surgen, silvestres o cultivadas, en los jardines de las casas, en los bordes de las huertas, a orillas de la carretera, en los setos de aceras y plazas...

Madeira, dicen, es la tierra de las flores y de los vinos espirituosos. Para nosotros, también la de la poncha; la de los viaductos, túneles, abrigos y puertos pesqueros, de las ayudas europeas; la del aeropuerto sostenido por columnas que se adentran en el mar; la de las casitas - trepando hasta la cumbre - de un cuidadísimo portal de belén, o escondidas, abajo, en las riberas de los angostos valles pluviales. También, en muchos casos, el espejo en que debiéramos mirarnos los canarios. ¡Qué ejemplo!
En fin, que en viajes como éstos se aprende y disfruta. ¿Habrá que pedirles a nuestros gobernantes que las visiten?

¡Ah! - se me olvidaba - sólo una pega: ¿dónde está la estación marítima de Funchal?

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