¿Somos culpables los padres?
En primer lugar, y sin pretender exonerar a las nuevas generaciones de la parte alícuota de culpa que pueda corresponderle por propios méritos, no deja de ser cierto que la ruptura generacional nos lleva en ciertas ocasiones a cargar las tintas sobre los jóvenes actores de los desmanes, olvidando que ha sido nuestra generación la que ha creado - en despectivo - "esa juventud".
Somos culpables los padres cuando, como pareja, no hemos establecido consenso alguno sobre aquellos valores que vale la pena inculcar a nuestros hijos.
Somos culpables los padres, cuando somos incapaces de servirles de referente, y, entre lo que hacemos y lo que predicamos, hay una escasa congruencia.
Somos culpables, cuando faltamos a nuestros deberes como persona y al respeto a nuestros convecinos o familiares, cuando los exabruptos se convierten en el pan de cada día de nuestras relaciones con los demás, cuando aparcamos el coche en un lugar que pone en riesgo a otros, cuando nos "olvidamos" de clasificar la basura, cuando la colocamos fuera de los contenedores o fuera de horario, cuando dejamos, sin necesidad, el grifo o el alumbrado abierto, cuando ensuciamos la calle con las "cacas" de nuestro perrito.
Somos culpables, cuando tiempo y esfuerzo que deberíamos dedicar a nuestros hijos, lo destinamos a ganar más dinero, abandonándonos a la vorágine consumista - el coche de altas prestaciones, la Tv de equis pulgadas, el móvil de última generación, la consola de juegos "no sé qué", la segunda residencia en la playa, el "cuarto de aperos" en medianías - estableciendo una escala de valores en la que "tener" bienes prescindibles es más apreciado que "ser" persona, ser compañero o compañera, ser un verdadero padre o madre.
Somos culpables, cuando, sin metas claras, entendemos que el amor está más cerca del mimo que de la exigencia, que es preferible darle el pescado que enseñarle a pescar, que la vida regalada que tú le permites disfrutar hoy, le preparará mejor para afrontar el futuro, cuando tú ya no estés.
Somos culpables, cuando por comodidad, o propia conveniencia, los consentimos, o no corregimos a tiempo sus errores.
Somos culpables cuando, rota la convivencia de la pareja, los utilizamos como arietes del uno contra el otro, o , sencillamente, intentamos ganárnoslos mediante regalos, arrumacos y fiestas, descargando en el otro - el que exige, el que dice no, el que lo mantiene y educa cada día - el papel de malo de la película.
La verdad sea dicha, la mayoría de las veces, los culpables somos los padres. Nuestros hijos, consciente o inconscientemente, han sido moldeados por nuestras acciones y omisiones. Pero, de ahí, a decir que los únicos culpables somos los padres, hay un gran trecho
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